Lauro de Oliveira Lima. Libro: Temas piagetianos.
Ed. Ao Livro
Técnico
El juego
como forma de aprendizaje
(Parte 1)
Juego vs. «orden unida» – Homo Ludens vs. Homo Faber – El juego como plenitud de la capacidad
operativa – Inteligencia: ruptura de la rutina de funcionamiento – La felicidad
es inteligente – Algoritmos (fórmulas) y estrategias (juego) – Aprender es jugar.
De acuerdo con la Biblia, el
paraíso terrestre se caracteriza por la ausencia de trabajo. Dios no encontró una
forma más drástica para punir Adán por su «curiosidad» que darle la siguiente sentencia:
«de ahora en adelante, ganarás el pan con el sudor de tu rostro...». Realmente,
nada más tedioso que la rutina enervante del trabajo. El hombre que trabaja sueña
con el final de semana, con los feriados, con las vacaciones de fin de año, con
la jubilación... Todos envidiamos la fiesta permanente de la vida de los «primitivos»
(nuestros indígenas [los brasileños] se bañan tres a cuatro veces por día en
los ríos). ¿Por qué será que jugamos con tanto entusiasmo (a veces, juegos
violentos y cansadores) y nos enervamos tanto con el trabajo? Porque el trabajo,
con sus rutinas y su estereotipia, limita la polivalencia de la capacidad de acción
del ser humano, al paso que el juego se caracteriza por el estímulo al uso-límite
de esa capacidad. Y ¿cuál es el papel del adversario? Precisamente, llevar al jugador
a construir estrategias tan nuevas y sorprendentes que no puedan ser previstas
por el adversario (cuando el trabajo contiene esos mecanismos, se transforma en
juego y adquiere el tono del placer).
«Todas
las actividades lúdicas son, necesariamente, inteligentes. El juego es fuente
de alegría, entonces...».
El juego, la victoria o el éxito
dependen de la exploración de todas las posibilidades estratégicas inherentes al
tipo de actividad que se está realizando. El trabajo, al contrario, es más
eficiente, cuanto más el individuo reproduce el modelo juzgado adecuado para
obtener el fin deseado (mercadería). Normalmente, el trabajo se transforma en
hábito, en repetición, en «reacción circular», precisamente lo que jamás debe suceder
con el juego. Porque es inteligente, o sea, inventivo, creativo, transformador,
no pueden gustarle, al hombre, las rutinas (el hecho de que las mismas le gusten,
de por sí, indica, seguramente, debilidad mental). El juego es la manifestación
de la inteligencia en su actividad creativa.
La rutina, la repetición, el hábito son
modelos de funcionamiento que provocan la identidad del organismo y la parálisis
de la vida mental. La inteligencia solo se manifiesta delante de lo nuevo
(problema). Las situaciones repetidas apenas exigen la utilización de la memoria
y de los automatismos. La mayor parte de los hombres, solo pone de manifiesto la
inteligencia en las raras ocasiones en que están jugando, ya que, en la vida diaria
los individuos se limitan a usar mecanismos reproductores de las rutinas
aprendidas. Inconscientemente, el hombre busca todos los medios para transferir
sus rutinas a las máquinas (automatización). El cálculo (las tablas, por ejemplo)
es un automatismo que no se relaciona con la inteligencia (a pesar de las
observaciones contrarias de los matemáticos ingenuos). ¿Qué hizo, entonces, el
hombre? Creó la máquina de calcular para no ocupar su cerebro con actividad
indigna de su infinita complejidad. Tradicionalmente, la escuela (partiendo del
modelo cultural del trabajo), en vez de promover el juego, se dedica a ejercitar,
o sea, a transmitir rutinas, hábitos y automatismos. El ejercicio, como el
trabajo, en vez de desafiar las posibilidades operativas de las estrategias
mentales posibles, lleva a la repetición ad
nauseam de un modelo y transforma las actividades en algo insoportable para
el niño (un niño no trabaja porque la rutina es incompatible con el proceso creativo
que se está desarrollando dentro de sí).
«Cuando
llamamos a la escuela de liceo, inconscientemente afirmamos que aprender es jugar».
…
Agosto,
1979