Lauro
de Oliveira Lima. Libro: Temas piagetianos.
Ed. Ao Livro Técnico
Colegio:
estera de producción
(Parte 2)
¿Escuela o
máquina Xerox? – Einstein fue un pésimo alumno – ¿Creatividad o estandarización?
– Ni palmeta, ni Pedagogía – El orientador se transformó en un psiquiatra – ¿Cuál
es el lugar del pensamiento divergente?
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«Nada más parecido con un colegio que
una fábrica de automóviles: la estera de producción va pasando, pasando y
vomitando unidades».
No me refiero a los profesores
paranoicos que llegan a sentir odio personal por el alumno que no consiguen
domar y, en el primer consejo de clase, proclaman «o él o yo». Son casos
psiquiátricos. Peligrosos son los que masacran con las exigencias del
reglamento, reprueban a 73 % de los alumnos, ¡y salen de vacaciones con el corazón
leve sintiendo que han cumplido con su deber! Jamás imaginan que fracasaron
como profesionales, ya que su objetivo no fue educar al niño, sino verificar si
fue encuadrado en el modelo adoptado.
Nada más parecido con un colegio que una
fábrica de automóviles: la estera de producción va pasando, pasando y vomitando
unidades. Afuera, en el patio, el equipo de «control de calidad» (los
examinadores) dirán quiénes son los que no se encuadran dentro de las
exigencias mínimas. El colegio no asume cualquier compromiso de enseñar:
produce una catarata de «salivación» y quien no consigue alcanzar las notas
mínimas es dejado para atrás (es como querer llenar 50 botellas con una manguera).
La tarea de cuidar del aprendizaje pasa a ser de la familia y del profesor particular
y con la amenaza de reprobación. El director, un día, llama a los padres y les
comunica: «El desempeño escolar de su hijo no es bueno». Y sugiere que tomen
providencias... ¿Y las providencias de la escuela? El sistema escolar se basa en
el hecho de que a los niños (al ser humano) les gusta aprender. Si los alumnos,
de repente, no consiguen asimilar nada, ¿qué falló?
Los directores de las escuelas, generalmente,
no son especializados en Pedagogía (las «particulares» se especializan en
contabilidad y las «públicas» en reglamentación). No se les ocurre que las escuelas
tienen la obligación de obtener buenos resultados. Para los directores, basta
que la línea de producción funcione bien. Los alumnos que no siguen el modelo son
tirados a la basura, por eso los directores son los mayores enemigos de los
profesores innovadores; ¡estos dificultan la rutina ya establecida!
Asistí hace pocos días, una reunión de «padres
y profesores» cuyo objetivo era comunicar que más de la mitad de la clase había
sido reprobada. Cada profesor (apoyado, entusiásticamente, por el director) presentaba
pruebas irrefutables de que los jóvenes eran marginales irrecuperables. No
entendí que querían de los padres... Nadie se refirió a los recursos
psicopedagógicos usados para interesar a los alumnos. Quedó claro que su función
era recitar lecciones y la de los alumnos memorizarlas. Era como si dijesen: la
línea de producción es perfecta la materia prima que nos entregan es pésima. La
escuela antigua conseguiría enseñar con la palmeta. Después vino la idea de sustituir
los instrumentos de tortura por la pedagogía. Pero los profesores, tan
eficientes con los castigos, no aprenden a «vender su mercadería». Ha llegado
el momento de nombrar profesores, los especialistas en marketing (ellos consiguen
vender peines a quien no tiene cabello).
Abril,
1979